miércoles, 8 de enero de 2014

CONTRA LA INVASIÓN ESTUPIDIZANTE DE LA "MÚSICA OBLIGATORIA".






Escuchar música es uno de los placeres de la vida. Pero, al igual que otros placeres, deja de serlo cuando se hace bajo imposición. Obligarle a escuchar música que no tiene interés en escuchar, es como obligarle a leer un libro que no quiere leer. Como obligarle a comer o a beber cuando usted no lo desea. Como obligarle a mantener relaciones sexuales a la fuerza. Como obligarle a jugar bajo amenazas. De la misma manera que ser violado no es hacer el amor, o que el juego obligatorio no es juego, oir música impuesta es "soportar sonidos", pero no "escuchar música".

En la mayoría de los establecimientos, le obligan a tener que soportar música mientras usted compra el tipo de producto que allí se venda. Es algo tan habitual, que no nos paramos a pensar que pueda ser algo dictatorial o alienante. En todas las culturas hay "aberraciones" que no son percibidas como tales por quienes viven inmersos en ellas. En la llamada "vida moderna", esta puede ser una más. La "música obligatoria" nos la venden como un "favor", como una "oferta". Pero la Historia nos enseña a desconfiar de las "ofertas que no se pueden rechazar".

Usted no entra en el establecimiento a buscar "diversión", sino el tipo de producto que allí se venda. Aquel que están autorizados a comercializar, y por lo que pagan impuestos. La diversión se vende en otros establecimientos concretos, como "pubs" o discotecas, en los que sí tiene sentido que le pongan música. Pero las personas adultas no quieren diversión a todas horas, como no quieren comer a todas horas, ni beber a todas horas, ni jugar a todas horas. Y mucho menos si es de forma obligada. En muchas ocasiones, por diversos motivos, no querrá usted diversión en absoluto. Pero los comerciantes le presuponen, "por defecto", un "quinceañero",sin nada más importante en qué pensar que en escuchar música y divertirse continuadamente. Demasiado presuponer.

La música ambiental es absurda en un aula, en un juicio, en un pleno municipal, en un consejo de administración, o en un Parlamento. Se dice que son "lugares serios". Pero un establecimiento comercial no tiene por qué ser considerado menos "serio". Comprar, gastar el dinero, siempre es algo serio. O por lo menos tienen que respetar su derecho a tomárselo en serio. ¿Qué sentido tiene tener que soportar dogmáticamente música para comprar macarrones, medicinas o zapatos, para pagar un recibo bancario, o para contratar un seguro, por poner sólo algunos ejemplos?. Usted tiene derecho a darle a todos sus actos el grado de "seriedad" que estime oportuno, incluido el de comprar, sin que nadie decida por usted que los trivialice.

Si dice que quiere comprar en estado "normal", sin tener que escuchar música "narcotizante", suelen responderle: "Si no está dispuesto a escuchar música mientras compra, no entre". Mediante ese mismo razonamiento, podrían obligarle a comprar andando a gatas, diciéndole: "Si no quiere usted hacerlo, es muy libre de no entrar aquí". Pero lo único a lo que pueden obligarle es a pagar por lo que compre. La escucha obligatoria de música no guarda relación (salvo en los casos apuntados) con el producto o servicio que allí se vende, y obligarlo a escuchar música es un atentado contra su dignidad, como obligarlo a jugar, o a andar a gatas. Desde luego que usted puede encontrar divertido andar a gatas, pero cuando lo decida usted, por ejemplo jugando con su hijo. Pero no estaría dispuesto a que se lo impusieran como condición para entrar en un comercio con la excusa de que "es divertido". Lo que sea divertido para usted, debe decidirlo usted.
Por poner un ejemplo concreto: los restaurantes. ¿Por qué tienen que obligarle a comer escuchando música? ¿En qué escuela de hostelería se explica que cualquier plato debe llevar como ingrediente necesario un ritmo de batería, un solo de guitarra eléctrica o el maullido desafinado de una cantante adolescente? Mucha gente soporta la música en los restaurantes sin protestar. Es lo que los expertos en maltrato llaman "sumisión aprendida". Pero si ese mismo sonido lo oyeran en el comedor de su casa, proveniente del vecino de arriba, la reacción sería muy diferente. También hay protestas cuando tocan músicos reales durante una comida, aunque sea a bajo volumen, porque las personas no tienen el aura de incuestionabilidad de los altavoces. Muchas personas dicen que cuando se apaga la música ambiental tiene lugar un silencio incómodo. Pero eso sucede porque precisamente la música habría inhibido previamente la conversación. La presencia de música hace que sólo puedan mantenerse conversaciones cortas e intranscendetes. La música narcotiza los cerebros y estorba en la comunicación entre personas, por lo que, cuando desaparece bruscamente, se hace patente la falta de verdadero interés en los temas tratados, acerca de los que no hay mucho que hablar. Si no hubiera habido música, las conversaciones se habrían animado desde el principio, y serían mucho más interesantes. Pero los empresarios de hostelería no deben querer eso. La gente estaría más tiempo en sus locales, sin consumir necesariamente más por ello. Prefieren aturdir a sus clientes con música no solicitada, para que consuman, no se relacionen, y se vayan pronto a intentarlo en otro lugar. En el que tampoco lograrán conversar y relacionarse porque la plaga musical les estará esperando también allí. Otro ejemplo pueden ser los autobuses. Si en un autobús con la música apagada entra un viajero con un aparato encendido, el resto de los viajeros protestan. Pero si la enciende el propio conductor, la soportan. Otro caso de "sumisión aprendida". Lo mismo sucede cuando en bares o cafeterías soportamos estoicamente programas de televisión que "zapearíamos" automáticamente en nuestras casas.
A la "mayoría silenciosa" de las personas les molesta la música ambiente, como demuestran estudios serios en todo el mundo.Y seguramente les molestaría a un mayor número si eliminasen su propia autocensura a planteárselo. Pues, como en todas las dictaduras, el truco está en que no se cuestione. Otras, no se atreven a protestar por un equivocado sentido de la educación. O por miedos acomplejados, como ser consideradas "anticuadas" u otros temores similares, absurdos e intrascendentes. También hubo un tiempo en el que no estar dispuesto a soportar el humo del tabaco de otros era "ser anticuado".

Ciertos colectivos están interesados en promover esa "droga sonora". A los comercientes les han convencido de la falsa idea de que venden más así. Estudios serios en todo el mundo demuestran que no es más que uno de tantos tópicos falsos. ¿Realmente creen que la gente es, de forma significativa, tan estúpida como para comprar o dejar de comprar algo porque le pongan música?. Es fácil comprobar que muchas cadenas multinacionales de éxito ya no tienen música en sus establecimientos. Saben que no se "acaba el mundo" , que no viene el "coco", que no es "pecado" trabajar en algún lugar que no sea una discoteca. Y es que ya no hay zapaterías, sino discotecas donde venden zapatos. No hay restaurantes, sino discotecas donde dan de comer, etc. Otras veces, donde hay música ambiental, hay un problema oculto que permanece sin resolver, y la música lo enmascara. Como cuando se pone para disimular esperas en el servicio. Problema que podría ser resuelto contratando a más personal. Por poner sólo un ejemplo.

De esa manera, con la técnica del "perro de Pavlov", han conseguido "drogar" a muchas personas con la música ambiental. Como todos los adictos, lo negarán. Pero, si se la apagan, reaccionarán con la misma agresividad con la que lo haría un drogadicto al que le quitan su dosis. El "mundo real" les resulta extraño tal como es. Necesitan de la alteración de la percepción que les proporciona el altavoz interfiriendo en sus procesos mentales. Si les pide que apaguen la música, lo más que estarán dispuestos a hacer será ponerla baja, diciendo: "Está tan baja, que es como si estuviese apagada". A lo cual se les puede responder: "Pues si es como si estuviese apagada,¿ por qué no la apaga?". Reconocerán entonces que "no es lo mismo". Efectivamente. Y, si no es "lo mismo" para ellos, no tiene por qué serlo para usted. Observe sus reacciones. Son las propias de los síndromes de abstinencia de los drogadictos. Si le dicen: "Pero qué manía tiene usted con apagar la música", usted puede responder: "La manía es la suya, la de tener que escuchar música para todo, a todas horas, y en todas partes". Esas personas sufren de una especie de "Síndrome de Estocolmo", sus cerebros están "secuestrados" por el sonido permanente de un altavoz. No disfrutan de la música por elección. La necesitan por adicción, para evitar los efectos del síndrome de abstinencia. Como las mujeres maltratadas que no pueden vivir sin su maltratador, necesitarían un tiempo de alejamiento y de "desintoxicación".

Pero que ciertas personas necesiten su "droga", no les da derecho a obligar a los demás a consumirla. Las drogas no pueden ser de consumo obligatorio. Como apuntábamos antes, hay muchos aspectos comunes con la adicción al tabaco y el supuesto "derecho" (hoy eliminado) de imponerlo a los no fumadores.

Si le bombardean con música en todas partes y a todas horas, le saturan y le hartan con música indeseada. Por lo que no le quedarán ganas de escuchar música a su gusto, cuando llegue a su casa. Le "roban" el derecho a disfrutarla. Es por eso que los mayores detractores de la música ambiental impuesta suelen ser los amantes de la música. El gran pianista Daniel Baremboim es uno de ellos, y dirige una asociación en ese sentido. Los países con mayor cultura musical son los más intolerantes con ese tipo de "contaminación acústica". Pero el derecho a disfrutar verdaderamente de la música no es el único que le "roban". Puede leer acerca de otros en un post anterior.

jueves, 1 de agosto de 2013

NO MAS "SALSA MUSICAL OBLIGATORIA" EN LA SOPA.





Ver la televisión, escuchar música o, en general, distraerse con alguna otra actividad mientras se come, es un mal hábito. Tiene consecuencias negativas para la salud, como saben los expertos, por varios motivos que no viene al caso analizar aquí. Así y todo, es una costumbre que tienen muchas personas. No tiene nada de raro. Muchas personas mantienen voluntariamente hábitos nocivos que perjudican su salud o su calidad de vida: el tabaco, la ludopatía, las drogas...
El problema surge cuando alguno de esos malos hábitos no es voluntario, sino que, en un ataque intolerable a nuestra libertad, se nos impone como OBLIGATORIO.

Eso es lo que sucede desde hace algún tiempo en la mayoría de los restaurantes. Uno acude a ellos con la intención de comer y se le somete al CHANTAJE de que, si quiere comer, tiene que hacer algo que no guarda ninguna relación con la comida: escuchar música o ver la televisión , o incluso ambas cosas.
Los empresarios hosteleros no caen en la cuenta de que si una persona quiere comer, es que quiere comer, y no tiene por qué estar interesado en ninguna otra cosa más. Imagínese que para poder comer le obligaran a hacerlo bailando, o jugando una partida de cartas con su compañero de mesa, o que le obligaran a leer un libro, o cualquier otra actividad de entretenimiento.

Los niños muy pequeños a menudo necesitan que les entretengan mientras comen, con el "juego del avioncito" y similares, pero los empresarios de hostelería deben ser de capaces de pensar que posiblemente haya adultos que se porten como adultos y no como niños.

Algunos empresarios dicen que, como existen personas a las que les gusta, los demás deben soportarlo. Según ese razonamiento si a algunas personas les gustara divertirse arrojándose globitos unas a otras mientras comen, el resto debería soportar estoicamente que los globitos les cayeran de vez en cuando en la cabeza y en su plato.
Un restaurante es un lugar que está dado de alta fiscalmente para dar de comer. No es una "discoteca en la que se den comidas" ni un "tele-club". El cliente tiene derecho a poder consumir estrictamente el producto lógico que se comercializa en él, sin tener que "tragar" como condición previa otro que no guarda ninguna relación con él. Cuando se ofrece un complemento al producto principal, debe darse opción a su rechazo. Por ejemplo, cuando pedimos un vino y nos ofertan además un pincho, no pueden obligarnos a comerlo. Pues con la música o los contenidos de TV hacen precisamente eso. Pedimos de comer y nos obligan a tragarlos "de pincho" sin haberlos pedido. Razonan que otras personas sí aceptan esa imposición. Pero que otras personas acepten tomar forzosamente el "pincho" no es motivo para tener que hacerlo nosotros. Como decíamos, toda oferta de ese tipo debe hacerse manteniendo siempre la opción a su rechazo. Es de sentido común. O debería serlo.

La situación es similar a la que durante tantos años se vivió con el tabaco. Una persona iba a un restaurante a comer y tenía que "tragar", además, el humo de tabaco que no había pedido y en el que no tenía por qué estar interesado. Afortunadamente, por fin las leyes prohibieron ese abuso.

Los contenidos sonoros de música, radio o TV son un nuevo tipo de "nicotina mental" a cuyo consumo activo o pasivo se han hecho adictas muchas personas. Pero debe respetarse el derecho a poder comer de la forma "natural", "estando a lo que se está". Ni siquiera los animales toleran que se les distraiga mientras comen.
La Ley debe garantizar el derecho de las personas a poder comer de la forma en que es sano hacerlo. Por eso debería exigir a los restaurantes el respeto a ese derecho. Si quieren ofertar ese servicio adicional, que lo hagan en un comedor aparte con música o TV, para que pueda acceder a él solo quien quiera consumirlos. Si no pueden tener dos comedores, entonces tendrían que prescindir de ese mal llamado "servicio" , al no poder ser rechazado por quien quisiera hacer estrictamente lo que va a hacerse a un restaurante, que es comer.

En realidad, la imposición de música o TV no es exclusiva de los restaurantes. Todo tipo de negocios someten a sus clientes al CHANTAJE del consumo paralelo y "parásito" de esos productos sonoros, para acceder al realmente buscado, sin que guarde relación con él. Una especie de "impuesto mental en neuronas". El comercio contemporáneo parece suponer que el cliente es un permanente "quinceañero mental" dispuesto a entrar en el juego, en vez de un adulto. Ese chantaje tiene consecuencias, entre otras muchas cosas, para la salud de las personas, pero en el caso de los restaurantes esas consecuencias son más acusadas.

Algunos hosteleros creen hallar una "solución de compromiso" poniendo el altavoz a muy bajo volumen, incluso apenas audible. Es obvia la estupidez de poner a un volumen tan bajo que no se entiendan o no puedan interpretarse los contenidos. Es tan absurdo como cocinar algo para no comerlo. Debería ser de sentido común que si se enciende un altavoz es para entender lo que dice, de lo contrario, debería quedar apagado. Pero ello nos pone sobre la pista de cual es la verdadera razón por la que se encienden: no se hace para que nadie consuma conscientemente su contenido. Se enciende porque su mera presencia, percibida de forma subconsciente, simboliza la conexión con algo que podríamos llamar "el mundo de fantasía" que la publicidad ha instalado en nuestros cerebros, y que pretende organizar nuestras vidas. De alguna manera, mientras nuestro inconsciente detecta ese ligero ruido artificial de fondo, el mundo real se llena con "los espíritus", con las "presencias simbólicas", de todos los elementos de ese mundo fantástico. Algo parecido a lo que pasaba con la religión tradicional. En otras épocas, no podía haber una sala en la que no colgase un crucifijo. Podría ser grande o incluso muy pequeño. Pero su presencia se consideraba incuestionable, porque era el "hilo de conexión" con el universo de valores y actitudes religiosas que pretendían gobernar la vida de la gente. De alguna manera, el sonido de altavoces ambientales es el "crucifijo sonoro sagrado" de muestra época. No importa que sea pequeño, o sea, que esté bajo. La cuestión es que "esté". Pero la "conexión mental" simbólica con cualquier mundo fantástico no puede ser obligatoria para poder comer.

Si pide que apaguen un altavoz que le molesta aunque esté bajo, posiblemente le digan: "El altavoz está bajo, por tanto es lo mismo que si estuviese apagado". Respóndale: "Entonces, apáguelo, porque si -bajo- es los mismo que -apagado-, también -apagado- será lo mismo que -bajo-". Probablemente reconocerán entonces que "no es lo mismo", y usted dirá "efectivamente, eso es lo que mismo que yo creo, así que apáguelo".

Para que las cosas empiecen a cambiar, debe protestarse contra esa imposición. Pedir que se apaguen esos aparatos. Habrá quien piense que "se acaba el mundo" si dejan de sonar, pero uno no tiene la culpa de los miedos irracionales de los demás y no debe amoldar su conducta a ellos. Pedir hojas de reclamaciones denunciando el abuso, escribir cartas a esos restaurantes y a las federaciones de hosteleros. Aparte otras formas ingeniosas de protestar, como por ejemplo, a la hora de pagar, pedir que le descuenten del ticket la música que le echaron en el plato sin haberla pedido. Esos contenidos sonoros que usted consume sin solicitarlos, se le cobran indirectamente (deben pagar derechos de autor por ellos). Resulte curioso tener que pagar encima lo que uno no ha pedido y le han obligado a tragar.

Aporte su grano de arena en la lucha contra esa práctica alienante protestando contra la estupidez que supone. Una nueva lucha, una nueva cruzada social para los próximos años ya está en marcha, y usted podrá enorgullecerse en el futuro de haber sido uno de los pioneros en formar parte de ella.

sábado, 27 de julio de 2013

MÚSICA EN ESPERA TELEFÓNICA: ABUSO Y ESTUPIDEZ.



Imaginad que llamáis por telefono a una empresa y, antes de que descuelguen, el aparato emite un gas que os veis obligados a respirar durante un buen rato, al no poder apartaros de él por estar pendientes de que atiendan la llamada. Imaginad que quienes están al otro lado del hilo controlasen la naturaleza de ese gas. Podría ser una sustancia euforizante, narcótica, depresiva, etc. O sea, los destinatarios de vuestra llamada tienen el poder de ejercer, durante un rato, una cierta influencia en vuestras emociones. Eso podría ser muy útil para ellos. Por ejemplo, si os dirigís a un departamento de quejas, pueden obligaros a respirar una droga que os haga ver "la paz, el amor y la armonía en el mundo" y se os quitarían las ganas de quejaros. Los ejemplos de cómo ese gas podría ser usado en aras del interés de quien recibe la llamada, podrían multuplicarse hasta el infinito.
Es "gas" ya existe. Es el "gas sonoro" de la "musiquilla en espera" que nos obligan a "respirar por las orejas" cuando llamamos a muchas empresas y, especialmente intolerable, a servicios públicos. Se nos somete al chantaje del consumo previo de un producto para acceder a lo que deseamos, y que no está relacionado. Producto que, además ejerce una influencia psicológica que podría usarse deliberadamente para interferir en la actitud mental de las personas que llaman. Especialmente vomitivo en ciertos servicios de emergencia. Imaginad que una mujer en peligro de ser violada llama a la policía y en ese estado de tensión, se ve obligada a tragar cualquier estúpida musiquilla. Hasta podría oir cantar "Don´t worry, be happy".
Ninguna persona consciente y celosa de su dignidad y de sus libertades puede permitr pasivamente esa estupidez.

viernes, 19 de julio de 2013

INTOLERABLE ATAQUE ACÚSTICO A UN NIÑO AUTISTA



En la Comunidad Autónoma de Galicia hay un niño autista que sufre lo indecible cada día durante el transporte escolar. No soporta el sonido de los altavoces de la radio del autobús , que el conductor enciende para distraerse. Contenidos sonoros y anuncios publicitarios de alguna emisora comercial que el conductor escoge a su gusto personal y que los niños deben soportar . Una monitora que viaja con los niños ha apercibido varias veces al conductor para que apague la radio, al comprobar el estado de tensión del niño autista, que se queja, se tapa los oídos y a veces se golpea la cabeza contra el asiento . Algunos de los otros niños se ríen de él, y la monitora teme que en algún momento el niño reaccione de alguna forma agresiva e incontrolable.
Es totalmente intolerable la actitud del conductor, y la ley debería prohibir expresamente su conducta, por varios motivos. La ley reconoce el derecho de los padres a decidir sobre los contenidos audiovisuales que consumen sus hijos. No puede tolerarse que, durante el transporte escolar, los niños sean forzados al consumo de contenidos de una emisora de radio que inciden el desarrollo psicológico y cognitivo de sus hijos, sin el control de los padres. Imaginemos que el conductor se decidiese por una emisora religiosa, o de alto sesgo político. En realidad, no importa el tipo de emisora que sea. No existen contenidos neutros, y los niños no están en condiciones de consumirlos de forma responsable y crítica. Si el conductor cree erróneamente que a los niños no les va a pasar nada por escuchar la radio que él escoja, habría que decirle que es a él al que no va a pasarle nada por aguantarse sin oírla en horas de trabajo, de la misma manera que los profesores aguantan sin oír la radio mientras dan sus clases. En el caso del niño autista, la situación es peor, pues se le causa un daño de forma arbitraria y sin que haya motivo justificado alguno. Se le ha contratado para realizar un servicio de transporte, y no debe suministrar de forma forzosa ningún producto o servicio adicional si no es mediante una opción a su rechazo.
En realidad, esa nefasta costumbre de muchos conductores y empresas de transporte sería un pisoteo de derechos incluso en personas adultas, una situación similar a la del tabaco. Pero en menores de edad es si cabe más intolerable y las autoridades académicas deberían prohibirla de forma explícita.