viernes, 13 de agosto de 2010

HUMOR Y MÚSICA A LA FUERZA: UNA COMPARACIÓN




Imagine que el gremio de los humoristas tuviese tanto poder económico como para hacer que tuviésemos que escuchar las grabaciones de sus chistes en todas partes y a todas horas. Desayunaríamos en el bar oyendo chistes por un altavoz. Viajaríamos en autobús oyendo un chiste tras otro. Oiríamos chistes mientras nos cortásemos el pelo, mientras comprásemos en el super, mientras hiciésemos cola en el banco, mientras echásemos gasolina en la gasolinera, mientras comprásemos zapatos, mientras comiésemos en el restaurante. Oiríamos miles y miles de chistes, muchas veces repetidos, y no podríamos protestar. Nadie les prestaría atención, ya no le harían gracia a nadie, pero la gente se habría acostumbrado de tal manera a ellos que habrían desarrollado una extraña adicción, y reaccionarían violentamente si se los quitasen. Si alguien pidiera que los apagasen, sería atacado como "enemigo del humor", o como un amargado de la vida. Cosa totalmente injustificada, desde luego. Los chistes ya no podrían sacar a nadie de la rutina, porque ellos mismos serían la rutina. Sería una dictadura, la "dictadura del humor".

Con la música ambiental pasa actualmente exactamente lo mismo. Hay poderes económicos que han logrado que nos veamos obligados a escuchar música a todas horas y en todas partes, tenga sentido o no, y al margen de nuestra voluntad. No puede desayunar en un bar sin oir música ya de mañana, lo desee o no. Tiene que tragarse música en el autobús, en la peluquería, en el banco, en la gasolinera, en el restaurante. Usted oye miles y miles de canciones a las que no presta ningún interés y por las que nunca pagaría un centavo. O quizás sí, pero en el momento y lugar de su elección. Es música que ya no emociona a nadie, y que creemos necesitar como el secuestrado afectado del "síndrome de Estocolmo" cree necesitar al secuestrador. O como muchas mujeres maltratadas creen necesitar a su maltratador sencillamente porque no han conocido el mundo sin él.
Vivimos la dictadura de la música ambiental. En todas las dictaduras, lo más cómodo es ponerse del lado del dictador, adaptándose a la pérdida de libertades. Pero si usted valora su libertad de elección, PROTESTE, y HAGA SABER QUE LA MÚSICA AMBIENTAL IMPUESTA OBLIGATORIAMENTE LE MOLESTA. Es un primer paso necesario para librarse de esa PESTE.

Parte de la estabilidad del "Sistema" o del "Tinglado" se basa en el efecto narcotizante de la música ambiental sobre las masas. Es el nuevo "opio del pueblo". Por ello, escritos como este son equivalentes a los panfletos contra un dictador desde el interior del propio país sobre el que ejerce su tiranía. Si le da difusión, será usted un subversivo...

viernes, 6 de agosto de 2010

PLANETA DISCOTECA


En el mundo llamado "civilizado" no hay otro tipo de negocios más que discotecas. Discotecas en las que se venden zapatos, a las que llaman "zapaterías". Discotecas en las que dan de comer, "restaurantes". Discotecas en las que cortan el pelo, discotecas en las que venden fruta, discotecas en las que se vende ropa, discotecas móviles a las que llaman "buses urbanos". Incluso discotecas en las que se venden libros, y en las que uno ya no puede disfrutar ojeándolos antes de comprarlos con la necesaria tranquilidad que siempre había reinado en las librerías. Al parecer, ni los libros son lo suficientemente importantes por sí mismos sin sustraerse a la trivialidad de la discoteca para "darles valor". El primer y obligatorio producto que uno debe consumir es música. Al margen de que desee hacerlo o no. Esté alegre o triste. Acabe de tener un hijo o venga de enterrar a su padre.

El cerebro de las personas nunca puede trabajar óptimamente en aquello en lo que se encuentre ocupado, pues siempre está "intervenido" parcialmente por la escucha de la música, o por el esfuerzo en inhibirla. Aterra pensar que eso sucede en todas las ciudades del mundo "civilizado", y que por tanto éste está habitado por millones de personas de las que prácticamente ninguna está pensando con claridad. El "procesador cerebral" de las personas siempre trabaja multiprocesando esa tarea parásita obligatoria, ese "virus" ese "spam" musical. Es fácil deducir que eso provoca problemas de equilibrio psíquico y de salud en toda la sociedad, y que tiene profundas consecuencias sociales y de influencia ideológica.

Ello tiene sus ventajas para algunos. En el caso de los comercios, mermar parte de la capacidad de razonar de los clientes hace que tome el control la parte "irracional" de sus cerebros, y sean así más propensos a la compra impulsiva. La música ambiental subsana muchas deficiencias en el servicio, como rebajar la tensión de las esperas en las colas, o la probabilidad de robos. En ambos casos, la ausencia de música ambiental obligaría a contratar a más trabajadores. Prácticamente, la presencia de música ambiental está siempre asociada a algún "problema" que de esa manera puede permanecer sin solucionar. La presencia constante de música impuesta es la voz del "Big Brother" que "domestica" a las personas para que no puedan pensar del todo por sí mismas: "Big Brother te está hablando, Big Brother te está viendo".
Ese "cáncer" está alcanzando el grado de metástasis, pues ya está en el espacio público. Uno de los últimos reductos en los que uno podía sustraerse a su nefasta influencia eran los parques y plazas públicas, y las terrazas en verano. Pero últimamente, sin que haya mediado ninguna demanda por parte de nadie, muchos hosteleros han tenido la ocurrencia de sacar altavoces y televisores a las terrazas. No es probable que sea para atraer clientes, pues las terrazas en verano siempre estuvieron llenas de gente. Aquellas que no tienen altavoces están tan o más llenas de gente que las que sí los tienen, y sus conversaciones suelen ser más animadas. La música "amuerma", y esa debe de ser la razón por la que la ponen: hace que la gente se aburra antes de estar en el mismo sitio, y se vaya. O quizás no sean más que complejos de los propios hosteleros, que tienden a copiar cualquier "horterada" que vean hacer a la competencia.

Pero el problema más grave de esos altavoces es que su sonido invade el espacio público y obligan a los ciudadanos al consumo de unos contenidos sonoros en los que no tienen por qué estar interesados. Si una persona, por ejemplo, quiere leer un libro tranquilamente en un banco público, tendrá que hacerlo "tragándose" los videos musicales o el partido de fútbol de una terraza próxima. La falta de sensibilidad de los hosteleros hace que le dé igual poner los altavoces a un determinado volumen, como al doble o al triple. El ciudadano no podrá ejercer su derecho al disfrute de espacio público, pues éste ha sido "canibalizado" por el empresario privado para su propio beneficio. En muchos casos, llegan al descaro de colgar los altavoces de árboles o de mobiliario urbano. Algo que deja atónitos a muchos turistas europeos.
Muchas personas entran en el juego del abusador, disculpándolo: "No es para tanto, la música está baja, es prácticamente como si estuviera apagada". La respuesta es : " Si es como si estuviera apagada, entonces que la apaguen". Pero no, no se apaga de ninguna manera. Por lo que obviamente hay una diferencia. Y esa diferencia es la que uno tiene derecho a que le moleste. Incluso hay quien dice: "Si quiere leer un libro, vaya a leerlo a su casa". Por lo visto la lectura es una actividad clandestina. Y la conversación. Y la reflexión tranquila. Lo obligatorio es la discoteca, aunque sea discoteca-parque.

Lo más vomitivo es la actitud permisiva de las autoridades municipales hacia esos abusos. Las mismas autoridades a las que se les llena la boca hablando de "pactos cívicos" y de su apuesta por la calidad de vida de los ciudadanos, del fomento de la lectura y la tranqulidad, y "bla bla bla".
La idea clave es que nadie está interesado en que usted piense con claridad, y que escuche sólo los contenidos sonoros que usted desee. Nadie, salvo usted mismo. Y si usted no trata de defenderse de ese abuso, nadie va a hacerlo por usted.