jueves, 1 de agosto de 2013

NO MAS "SALSA MUSICAL OBLIGATORIA" EN LA SOPA.





Ver la televisión, escuchar música o, en general, distraerse con alguna otra actividad mientras se come, es un mal hábito. Tiene consecuencias negativas para la salud, como saben los expertos, por varios motivos que no viene al caso analizar aquí. Así y todo, es una costumbre que tienen muchas personas. No tiene nada de raro. Muchas personas mantienen voluntariamente hábitos nocivos que perjudican su salud o su calidad de vida: el tabaco, la ludopatía, las drogas...
El problema surge cuando alguno de esos malos hábitos no es voluntario, sino que, en un ataque intolerable a nuestra libertad, se nos impone como OBLIGATORIO.

Eso es lo que sucede desde hace algún tiempo en la mayoría de los restaurantes. Uno acude a ellos con la intención de comer y se le somete al CHANTAJE de que, si quiere comer, tiene que hacer algo que no guarda ninguna relación con la comida: escuchar música o ver la televisión , o incluso ambas cosas.
Los empresarios hosteleros no caen en la cuenta de que si una persona quiere comer, es que quiere comer, y no tiene por qué estar interesado en ninguna otra cosa más. Imagínese que para poder comer le obligaran a hacerlo bailando, o jugando una partida de cartas con su compañero de mesa, o que le obligaran a leer un libro, o cualquier otra actividad de entretenimiento.

Los niños muy pequeños a menudo necesitan que les entretengan mientras comen, con el "juego del avioncito" y similares, pero los empresarios de hostelería deben ser de capaces de pensar que posiblemente haya adultos que se porten como adultos y no como niños.

Algunos empresarios dicen que, como existen personas a las que les gusta, los demás deben soportarlo. Según ese razonamiento si a algunas personas les gustara divertirse arrojándose globitos unas a otras mientras comen, el resto debería soportar estoicamente que los globitos les cayeran de vez en cuando en la cabeza y en su plato.
Un restaurante es un lugar que está dado de alta fiscalmente para dar de comer. No es una "discoteca en la que se den comidas" ni un "tele-club". El cliente tiene derecho a poder consumir estrictamente el producto lógico que se comercializa en él, sin tener que "tragar" como condición previa otro que no guarda ninguna relación con él. Cuando se ofrece un complemento al producto principal, debe darse opción a su rechazo. Por ejemplo, cuando pedimos un vino y nos ofertan además un pincho, no pueden obligarnos a comerlo. Pues con la música o los contenidos de TV hacen precisamente eso. Pedimos de comer y nos obligan a tragarlos "de pincho" sin haberlos pedido. Razonan que otras personas sí aceptan esa imposición. Pero que otras personas acepten tomar forzosamente el "pincho" no es motivo para tener que hacerlo nosotros. Como decíamos, toda oferta de ese tipo debe hacerse manteniendo siempre la opción a su rechazo. Es de sentido común. O debería serlo.

La situación es similar a la que durante tantos años se vivió con el tabaco. Una persona iba a un restaurante a comer y tenía que "tragar", además, el humo de tabaco que no había pedido y en el que no tenía por qué estar interesado. Afortunadamente, por fin las leyes prohibieron ese abuso.

Los contenidos sonoros de música, radio o TV son un nuevo tipo de "nicotina mental" a cuyo consumo activo o pasivo se han hecho adictas muchas personas. Pero debe respetarse el derecho a poder comer de la forma "natural", "estando a lo que se está". Ni siquiera los animales toleran que se les distraiga mientras comen.
La Ley debe garantizar el derecho de las personas a poder comer de la forma en que es sano hacerlo. Por eso debería exigir a los restaurantes el respeto a ese derecho. Si quieren ofertar ese servicio adicional, que lo hagan en un comedor aparte con música o TV, para que pueda acceder a él solo quien quiera consumirlos. Si no pueden tener dos comedores, entonces tendrían que prescindir de ese mal llamado "servicio" , al no poder ser rechazado por quien quisiera hacer estrictamente lo que va a hacerse a un restaurante, que es comer.

En realidad, la imposición de música o TV no es exclusiva de los restaurantes. Todo tipo de negocios someten a sus clientes al CHANTAJE del consumo paralelo y "parásito" de esos productos sonoros, para acceder al realmente buscado, sin que guarde relación con él. Una especie de "impuesto mental en neuronas". El comercio contemporáneo parece suponer que el cliente es un permanente "quinceañero mental" dispuesto a entrar en el juego, en vez de un adulto. Ese chantaje tiene consecuencias, entre otras muchas cosas, para la salud de las personas, pero en el caso de los restaurantes esas consecuencias son más acusadas.

Algunos hosteleros creen hallar una "solución de compromiso" poniendo el altavoz a muy bajo volumen, incluso apenas audible. Es obvia la estupidez de poner a un volumen tan bajo que no se entiendan o no puedan interpretarse los contenidos. Es tan absurdo como cocinar algo para no comerlo. Debería ser de sentido común que si se enciende un altavoz es para entender lo que dice, de lo contrario, debería quedar apagado. Pero ello nos pone sobre la pista de cual es la verdadera razón por la que se encienden: no se hace para que nadie consuma conscientemente su contenido. Se enciende porque su mera presencia, percibida de forma subconsciente, simboliza la conexión con algo que podríamos llamar "el mundo de fantasía" que la publicidad ha instalado en nuestros cerebros, y que pretende organizar nuestras vidas. De alguna manera, mientras nuestro inconsciente detecta ese ligero ruido artificial de fondo, el mundo real se llena con "los espíritus", con las "presencias simbólicas", de todos los elementos de ese mundo fantástico. Algo parecido a lo que pasaba con la religión tradicional. En otras épocas, no podía haber una sala en la que no colgase un crucifijo. Podría ser grande o incluso muy pequeño. Pero su presencia se consideraba incuestionable, porque era el "hilo de conexión" con el universo de valores y actitudes religiosas que pretendían gobernar la vida de la gente. De alguna manera, el sonido de altavoces ambientales es el "crucifijo sonoro sagrado" de muestra época. No importa que sea pequeño, o sea, que esté bajo. La cuestión es que "esté". Pero la "conexión mental" simbólica con cualquier mundo fantástico no puede ser obligatoria para poder comer.

Si pide que apaguen un altavoz que le molesta aunque esté bajo, posiblemente le digan: "El altavoz está bajo, por tanto es lo mismo que si estuviese apagado". Respóndale: "Entonces, apáguelo, porque si -bajo- es los mismo que -apagado-, también -apagado- será lo mismo que -bajo-". Probablemente reconocerán entonces que "no es lo mismo", y usted dirá "efectivamente, eso es lo que mismo que yo creo, así que apáguelo".

Para que las cosas empiecen a cambiar, debe protestarse contra esa imposición. Pedir que se apaguen esos aparatos. Habrá quien piense que "se acaba el mundo" si dejan de sonar, pero uno no tiene la culpa de los miedos irracionales de los demás y no debe amoldar su conducta a ellos. Pedir hojas de reclamaciones denunciando el abuso, escribir cartas a esos restaurantes y a las federaciones de hosteleros. Aparte otras formas ingeniosas de protestar, como por ejemplo, a la hora de pagar, pedir que le descuenten del ticket la música que le echaron en el plato sin haberla pedido. Esos contenidos sonoros que usted consume sin solicitarlos, se le cobran indirectamente (deben pagar derechos de autor por ellos). Resulte curioso tener que pagar encima lo que uno no ha pedido y le han obligado a tragar.

Aporte su grano de arena en la lucha contra esa práctica alienante protestando contra la estupidez que supone. Una nueva lucha, una nueva cruzada social para los próximos años ya está en marcha, y usted podrá enorgullecerse en el futuro de haber sido uno de los pioneros en formar parte de ella.

sábado, 27 de julio de 2013

MÚSICA EN ESPERA TELEFÓNICA: ABUSO Y ESTUPIDEZ.



Imaginad que llamáis por telefono a una empresa y, antes de que descuelguen, el aparato emite un gas que os veis obligados a respirar durante un buen rato, al no poder apartaros de él por estar pendientes de que atiendan la llamada. Imaginad que quienes están al otro lado del hilo controlasen la naturaleza de ese gas. Podría ser una sustancia euforizante, narcótica, depresiva, etc. O sea, los destinatarios de vuestra llamada tienen el poder de ejercer, durante un rato, una cierta influencia en vuestras emociones. Eso podría ser muy útil para ellos. Por ejemplo, si os dirigís a un departamento de quejas, pueden obligaros a respirar una droga que os haga ver "la paz, el amor y la armonía en el mundo" y se os quitarían las ganas de quejaros. Los ejemplos de cómo ese gas podría ser usado en aras del interés de quien recibe la llamada, podrían multuplicarse hasta el infinito.
Es "gas" ya existe. Es el "gas sonoro" de la "musiquilla en espera" que nos obligan a "respirar por las orejas" cuando llamamos a muchas empresas y, especialmente intolerable, a servicios públicos. Se nos somete al chantaje del consumo previo de un producto para acceder a lo que deseamos, y que no está relacionado. Producto que, además ejerce una influencia psicológica que podría usarse deliberadamente para interferir en la actitud mental de las personas que llaman. Especialmente vomitivo en ciertos servicios de emergencia. Imaginad que una mujer en peligro de ser violada llama a la policía y en ese estado de tensión, se ve obligada a tragar cualquier estúpida musiquilla. Hasta podría oir cantar "Don´t worry, be happy".
Ninguna persona consciente y celosa de su dignidad y de sus libertades puede permitr pasivamente esa estupidez.

viernes, 19 de julio de 2013

INTOLERABLE ATAQUE ACÚSTICO A UN NIÑO AUTISTA



En la Comunidad Autónoma de Galicia hay un niño autista que sufre lo indecible cada día durante el transporte escolar. No soporta el sonido de los altavoces de la radio del autobús , que el conductor enciende para distraerse. Contenidos sonoros y anuncios publicitarios de alguna emisora comercial que el conductor escoge a su gusto personal y que los niños deben soportar . Una monitora que viaja con los niños ha apercibido varias veces al conductor para que apague la radio, al comprobar el estado de tensión del niño autista, que se queja, se tapa los oídos y a veces se golpea la cabeza contra el asiento . Algunos de los otros niños se ríen de él, y la monitora teme que en algún momento el niño reaccione de alguna forma agresiva e incontrolable.
Es totalmente intolerable la actitud del conductor, y la ley debería prohibir expresamente su conducta, por varios motivos. La ley reconoce el derecho de los padres a decidir sobre los contenidos audiovisuales que consumen sus hijos. No puede tolerarse que, durante el transporte escolar, los niños sean forzados al consumo de contenidos de una emisora de radio que inciden el desarrollo psicológico y cognitivo de sus hijos, sin el control de los padres. Imaginemos que el conductor se decidiese por una emisora religiosa, o de alto sesgo político. En realidad, no importa el tipo de emisora que sea. No existen contenidos neutros, y los niños no están en condiciones de consumirlos de forma responsable y crítica. Si el conductor cree erróneamente que a los niños no les va a pasar nada por escuchar la radio que él escoja, habría que decirle que es a él al que no va a pasarle nada por aguantarse sin oírla en horas de trabajo, de la misma manera que los profesores aguantan sin oír la radio mientras dan sus clases. En el caso del niño autista, la situación es peor, pues se le causa un daño de forma arbitraria y sin que haya motivo justificado alguno. Se le ha contratado para realizar un servicio de transporte, y no debe suministrar de forma forzosa ningún producto o servicio adicional si no es mediante una opción a su rechazo.
En realidad, esa nefasta costumbre de muchos conductores y empresas de transporte sería un pisoteo de derechos incluso en personas adultas, una situación similar a la del tabaco. Pero en menores de edad es si cabe más intolerable y las autoridades académicas deberían prohibirla de forma explícita.

martes, 25 de junio de 2013

ARTICULO DE QUIM MONZO (21/04/2004) y comentario posterior




QUIM MONZÓ - 21/04/2004
El domingo por la mañana decidí instalarme en un bar de la Gran Via a leer los diarios, los de ese día y algunos atrasados. Mi intención era encontrar una terraza, sentarme, pedir algo e ir leyendo. Pero el tiempo no acompañaba: hacía fresco y, aunque a ratos lucía el sol, en algún momento incluso llovió. De forma que vi que la única solución sería sentarse dentro. Fui al Garbí, pero la música del televisor sonaba tan atronadora que no había manera de leer nada. Uno a uno recorrí los mejores bares de esa calle, pero sucedía que, al no poder sentarme en las terrazas, dentro en todos había música. Hasta en el café Alegría había altavoces por los que sonaban las últimas canciones latinas, canciones que quizá interesaban a los camareros pero que era evidente que la gente que ocupaba las mesas –con los diarios desplegados– no tenía especial interés en oír. Me tocó la última mesa del fondo, la de la derecha, con un altavoz sobre la cabeza. Harto de ir de un bar a otro, decidí quedarme.
Y entonces, en “The Guardian” leí una noticia que, escondida entre el alud sangriento que cada día llega de Iraq, corre el riesgo de pasar inadvertida, a pesar de distribuirla Associated Press. Resulta que, en Falluja, las tropas estadounidenses que combaten en sus calles llevan un gran altavoz por el que emiten música heavy. “Hell’s bells” de AC/DC, por ejemplo, pero también piezas de otros grupos de rock, e incluso de Jimi Hendrix. Según el “equipo de operaciones psicológicas” del ejército americano, se trata de destrozar los nervios de los oponentes, a ver si, incapaces de resistir la música, salen de una vez a atacar y ellos pueden por fin seguir avanzando. Mezclan las canciones con insultos en árabe, entre los que destacan frases como: “¡Disparas como un pastor de cabras!” o “¡Que las ambulancias de Falluja tengan gasolina suficiente para recoger todos los cadáveres de los mujaidines!”.
La misma nota de AP explica que el ejército estadounidense ya ha utilizado la música otras veces para solucionar situaciones de impasse. En 1989 utilizaron rock y rap para hacer salir de su refugio a Manuel Antonio Noriega y, en 1993, en Waco (Texas), para acabar con el asedio a los davidianos les fueron poniendo “melodías cada vez más irritantes”. Y hay más. Una de las escenas mejor recordadas de “Apocalypse now” es aquella en la que los helicópteros atacaban utilizando, además de las armas convencionales, música de Wagner, una estrategia que según parece no fue inhabitual en la guerra de Vietnam. Y antes de que hubiese discos y casetes, en muchos ejércitos esa doble función animadora y aterradora la cubrían cuerpos de gaiteros y de tambores. Entre estos últimos hay que recordar al Timbaler del Bruc, que se anticipó a su tiempo y suplió la precariedad tecnológica de aquella época en la que los altavoces estaban aún por inventar con un uso ingenioso de los poderes de multiplicación sonora de la orografía de Montserrat. Una determinada música tiene efectos euforizantes, embriagadores, para los que comulgan con ella y, en cambio, resulta enojosa y sirve para atemorizar al enemigo. Ese es el trato. Y entonces he entendido qué tipo de relación se plantea hoy en día –desde que la música parece ser un elemento obligatorio en cafés y restaurantes– entre patrones y clientes."

COMENTARIO en "La Vanguardia" de 27/04/ 2004:
La música como incordio

En el artículo “La música como arma” 21/III/04, el escritor Quim Monzó ironiza sobre esa presencia sonora inhumana con la que nos encontramos fatalmente en cafés y restaurantes, en los trenes, en el metro de Barcelona...
Aunque suene a música, es el peor de los ruidos. Se la conoce como “música ambiental”, porque es algo que está en el ambiente, como un mal olor, pero el apelativo “música cojonera” indicaría mejor su talante. Por desgracia, el común de los mortales se ha resignado a convivir con esa plaga que da el latazo incluso en el silencio de las librerías.
Los amantes de la música, que saben de esto, deberían arremeter sin contemplaciones contra la “música ambiental” que nos invade por todas partes cuando, con la intención que sea, se impone a su deseo.
Sólo en el amor y la libertad la música nos da un poco de su paz.

FRANCESC X. GUILLÉN Barcelona

miércoles, 3 de abril de 2013

NO ALTAVOCES AMBIENTALES EN EL TRANSPORTE PÚBLICO



Imagine que se le estropea el interruptor de la radio del coche, y en el taller le dicen que no tiene arreglo, y que tiene que decidirse entre que esté siempre encendida, o siempre apagada. ¿Por cual de las dos posibilidades se decantaría? Lógicamente, por la segunda. Valoraría su opción a no oír la radio cuando no la deseara por encima de su opción a oírla cuando la deseara. Pensaría que la función propia del coche es la de transportarle de un lugar a otro, y cualquier otra función adicional y no relacionada con esa función, debe ser implementada sólo con opción a su rechazo. Por tanto, en los transportes públicos, debe primar el derecho de las personas que no deseen consumir productos sonoros de altavoces ambientales sobre el mero deseo de otras a oírlos. Hay tanto "derecho" a oír la radio en un autobús como, por ejemplo, a jugar al balón, o a cualquier otra actividad de entretenimiento en absoluto relacionada con el transporte, que sólo tendría sentido permitir si no molesta a quienes desean recibir el servicio estricto para el que el autobús está concebido, que es el mero transporte. Los altavoces ambientales en el transporte público deben implementarse sólo con opción al rechazo. Por ejemplo, habilitando un departamento separado para quienes quieren oírlos, o suministrando auriculares. En otro caso, deben abstenerse totalmente de ponerlos. Quien quiera oír radio en al autobús, puede llevarla en su mp3 con auriculares. De la misma manera que quien quiere leer un libro, lo lleva de casa. Que no regalen lo que nadie les ha pedido. Y no es una cuestión de mayorías o minorías. Ninguna otra actividad de entretenimiento potencialmente molesta, y no relacionada con el servicio, se toleraría, aún cuando fuese solicitada por la mayoría de viajeros.

jueves, 31 de enero de 2013

MÚSICA AMBIENTAL IMPUESTA: UN ABUSO ESPECIALMENTE PARA PERSONAS CIEGAS



Un colectivo especialmente castigado por la presencia ubicua y eterna de la música ambiental son las personas ciegas. Esas personas disponen prácticamente sólo de su oído para adquirir información sobre el entorno y lo que sucede en él. Pero la música ambiental enmascara notablemente el resto de sonidos, privando a las personas ciegas de una información que vital para desenvolverse. Esas personas tienen derecho a un "entorno acústico real", en el que todos los sonidos sean "reales", esto es directamente relacionados con lo que sucede en el entorno. Lo que hace la música ambiental es "deslumbrar acústicamente" a las personas ciegas, privándoles de esa información a la que tendrían que tener derecho, y obligándoles a consumir en su lugar un producto comercial sonoro (recordemos que la música ambiente es un PRODUCTO COMERCIAL, y que oírla es un ACTO DE CONSUMO que afecta a las personas psicológica, cognitiva e incluso físicamente, precisamente por eso la ponen). El abuso es especialmente intolerable en la calle y otros espacios públicos, a menudo invadidos acústicamente con esos productos sonoros. Nadie tendría que verse obligado a consumir esos productos comerciales para poder usar la calle, el más básico de lo servicios públicos. Pero a las personas ciegas esa imposición les imposibilita en gran medida disponer de algo tan esencial como es la información sobre el entorno de la que más dependen. En realidad, ese derecho nos es conculcado a todos, aunque no seamos conscientes de ello. La función natural del oído es obtener información acerca del entorno, y deberíamos tener derecho a esa información sin que fuera interesadamente alterada con "sonido falso". El uso del oído para una función lúdica, como es escuchar música ,debería darse sólo bajo la voluntaria elección de la persona. De la misma manera que una persona tiene derecho a usar sus piernas para su función natural que es caminar, y sólo bajo su voluntad para funciones culturales como bailar, sin que tenga que verse obligado a ello. Este motivo, relacionado con esa clase de disminuidos físicos hacia los que aparentemente existe tanta sensibilidad ,debería ser suficiente para prohibir la invasión de espacios públicos con contenidos sonoros comerciales